A veces nos ocurre como al leñador que Nidi, un sabio sufí (como suelen siempre ser los sabios –no sé porqué?-) se encontró mientras paseaba meditando por los bosques próximos a su monasterio. La mañana era fresca y silenciosa pero le pareció oír el jadeo de un hombre y el golpeo seco de un hacha contra un árbol. Un poco más adelante, averiguó el origen de esos ruidos: un leñador trabajaba afanosamente cortando leña. Se sentó a cierta distancia pues no quería molestar a ese buen hombre ni distraerle de su tarea así que permaneció en silencio observándole. El leñador jadeaba y entre jadeo y jadeo maldecía su suerte y se quejaba de lo poco que avanzaba. ¡cada vez voy más lento¡ exclamaba mientras apenas tenía tiempo de secarse el sudor que le corría por la frente y sus mejillas que en forma de gotas caían al suelo.
Nidi, al ver el estado de frustración y desánimo de este buen hombre, se le acercó y entonces vio como el hacha con la que tan esforzadamente trabajaba el leñador, estaba roma, sin afilar.“¡Buenos días buen hombre¡” saludó Nidi. Y, sin ánimo de importunarle, le preguntó: “¿Porqué no afila usted el hacha? Así irá más rápido y mejor. El leñador prácticamente sin parar y mostrando su contrariedad ante tan impertinente pregunta le gritó: “¿Afilar el hacha? ¿Cuándo quiere que afile el hacha? ¡no se da cuenta la cantidad de leña que me queda por cortar? ¡No tengo tiempo ni para afilar el hacha¡¡Déjeme trabajar y dedíquese a lo suyo¡
Como nuestro pobre leñador vamos de una parte a otra, sin parar, corriendo, llenando nuestro tiempo de actividades, nos cargamos de estímulos, sin tiempo para respirar, dar un paseo, mirar la forma que toman las nubes, respirar, esos ojos verdes brillantes y esa preciosa sonrisa de nuestra hija. Y como no paramos, nos somos conscientes de todo ello, ni de lo que nos duele ni de lo que nos gusta, ni de lo que hacemos ni de lo que podríamos hacer, ni de las oportunidades que a cada momento nos llaman sin recibir nuestra respuesta, ni de las ideas, sueños que alguna vez tuvimos pero que, por falta de tiempo hemos abandonado en el cajón de los trastos viejos “para cuando saque un rato”.
No tenemos tiempo para afilar nuestra hacha y cortar la leña mejor, más rápido y disfrutando de ello. Llenamos el tiempo para, así no quedarnos solos, con nosotros mismos, ¡qué miedo¡ Esto me recuerda a un profesor de gestión del tiempo trataba de explicar a los alumnos como podían aprovechar mejor su tiempo y quiso sorprender a su asistencia. Para ello sacó de su escritorio un frasco grande de boca ancha y tras ponerlo sobre la mesa junto a un grupo de piedras del tamaño de un puño, preguntó: ¿Cuántas piedras piensan que caben en este frasco?
Tras escuchar las diferentes respuestas de los asistentes, fue colocando una a una las piedras dentro del frasco hasta que no cabían más y preguntó ¿Está el bote lleno? Toda la clase asintió. Entonces sacó de la mesa un cubo con gravilla, piedras más menudas. Metió parte de la gravilla en el frasco y lo agitó, lo repitió una segunda vez y las piedras menudas penetraron por el espacio que dejaron las grandes.
El experto sonrió con ironía y nuevamente preguntó ¿Está lleno? Y esta vez el grupo dudó y alguno tímidamente dijo que tal vez no. -¡Muy bien¡- aprobó el profesor mientras sacaba un cubo de arena que tenía tras la mesa y que fue poco a poco volcando en el frasco. La arena se colaba entre los espacios anteriormente dejados por las piedras y la gravilla conforme el profesor agitaba el frasco.
¿Está lleno? Preguntó por tercera vez. ¡Sí! ¡No! ¡Si! Respondían los alumnos sin que hubiera una respuesta unánime. –Vamos a ver- dijo el profesor mientras de su maletín sacaba una botella de agua y vertía todo su contenido en el frasco sin que éste rebosara. Tras depositar la botella completamente vacía en la mesa, se dirigió a la clase: Bueno, ¿Qué es lo que habéis aprendido?
Uno de los alumnos (o alumnas no me acuerdo) más aventajados exclamó eufórico: ¡que no importa lo llena que esté tu agenda, ya que si lo intentas, siempre puedes meterle más cosas¡¡….. ¡No¡ concluyó el experto. Lo que hemos aprendido es que si no colocas las cosas grandes, las más importantes, primero, nunca podrás colocarlas después.
Descansemos, sentémonos a afilar el hacha sin prisa para que quede perfecta, mientras pensamos qué es lo más importante de nuestra vida y en nuestros proyectos. Una vez que pongamos las piedras grandes, las demás seguro que encuentran su lugar.
Al final de cada proyecto, tenemos que tener tiempo para ver lo que fue bien y lo que fue mal… o el siguiente proyecto lo abordaremos con un hacha muy poco afilada…. y seremos menos eficaces, menos felices, menos…